domingo, 15 de mayo de 2016

Luigi y el mar


Hacía días que no se veía ni a Luigi y ni a sus escamas blancas por las Arribes. Desde el último cuento que le había contado que hablaba del mar, no habían vuelto a saber de él. Luigi les había dicho que las historias del mar le encantaban y que quería ir a verlo, poder sobrevolarlo, y oler ese aroma mágico a salitre del que todos los cuentos que hablan del mar, hablan.
Los niños del colegio estaban muy preocupados, puesto que ellos habían creado una unión especial con el dragón y a pesar de ser niños, eran los que más se ocupaban de que todo estuviese en condiciones para que el dragón se quedara siempre en ese fantástico lugar. Hablaron entre ellos e hicieron sus investigaciones para encontrar un lugar lo suficientemente grande y escondido para que cupiera Luigi y a la vez que estuviera próximo al río. Así que cogieron sus mochilas cargadas de libros y se fueron de excursión hasta la cueva del Valcuevo y allí efectivamente, encontraron al dragón.
Estaba con la cabeza hacia dentro de la cueva, y le decía a los niños que no entraran, que no sabía qué tenía pero que seguro que era contagioso, y no quería ponerles en peligro. El más pequeño de ellos, entró y le dio un beso en la cabeza muy cariñoso:
-No te preocupes y cuéntanos qué te pasa, estoy seguro que entre todos encontraremos una solución, ¿no ves que entre todos hemos sido capaces de encontrarte?
- Ayer estaba mirando al sol, y sentí un dolor muy fuerte en los ojos. De repente vi todo negro y como pude, logré encontrar esta cueva, puesto que después de eso ya no vi más.
- Vaya, parece algo grave, pero no te preocupes, le preguntaremos a Don Luis, el médico del pueblo, que seguro que nos dice qué ha podido pasar.
                                                       * * * * *
Muy lejos de allí, en Alicante, un niño miraba por la ventana. Nadie sabe cómo, una compañera de clase le había recomendado un blog de unos niños de un colegio de un pueblo de Zamora, ni más ni menos, que a saberse donde estaba ese pueblo. Pero cuando Mireia descubrió ese blog, sabía que tenía que ir a ver a Oriol y decírselo. A Oriol le volvían loco los dragones, y él siempre decía que los dragones no eran los malos de los cuentos, que alguien se había empeñado siempre en cargarles el “Sambenito” de arrasadores de aldeas o depredadores.
Lo cierto es que Oriol últimamente leía muchos libros, los devoraba, y es que pasaba tanto tiempo en hospitales, aislado por su enfermedad, que era lo único que le hacía compañía. Se había cansado ya de videojuegos, de juegos de mesa, y de muñecos; solo a través de los libros, podía viajar a tantos sitios que deseaba viajar y que sabía que ya nunca podría hacer, ya que su enfermedad era degenerativa, de esas que los doctores llaman “raras”, y que no tenía de momento, ninguna solución. Y su cuerpo cada vez era más débil, tanto que ya no se podía poner de pie.
En cuanto leyó el blog y conoció a Luigi, lo tuvo claro: TENÍA QUE IR A CONOCERLE. Sus padres le decían que no, que era imposible; los doctores que dónde iba a ir, que podría darle no se que fallo multiorgánico y dormirse para siempre, … Pero lo cierto, es que los niños y niñas que tienen enfermedades graves, maduran muy deprisa, tan rápido que son capaces de comprender lo que los adultos no quieren aceptar muchas veces, y sí, el ya sabía que pronto, sus ojos se iban a cerrar para siempre, por lo tanto, su único deseo era conocer al dragón.
Tanto, tanto insistió que sus padres no tuvieron más remedio que aceptar la descabellada idea de Oriol, firmaron el alta voluntaria del hospital, cargaron el coche de máquinas y medicinas y se pusieron a hacer los más de setecientos kilómetros que separaban su casa del lugar donde los niños de Torregamones contaban que habitaba el dragón y se fueron a conocerle.
El viaje fue muy largo, y hubo más de un susto, pero a los dos días llegaron al colegio del pueblo. Oriol se había puesto en contacto con los niños y niñas del cole, y estos le habían dicho que Luigi estaba malito, que don Luis, el médico del pueblo, le había recetado una pomada para los ojos, pero que no tenía nada claro que pudiese volver a ver. El camino hacia la cueva fue muy duro, y los padres de Oriol se planteaban a cada paso si habían hecho lo mejor por su hijo. Cuando llegaron a la cueva, y Oriol vio por primera vez a Luigi descubrieron que había hecho lo correcto.
- Hola Oriol, ven, que te suban sobre mi lomo, tengo una sorpresa para ti. Yo no puedo ver, pero quiero que veas las Arribes, así que tú serás mis ojos y yo tus piernas, mejor dicho, tus alas.
En ese momento salieron de la cueva y emprendieron el vuelo. Oriol le iba diciendo a Luigi por donde no chocarse y el dragón, transportaba al niño con un cuidado tal, que si el niño se hubiera convertido en pluma, nada le hubiera podido pasar, solo las caricias del aire. Cuando llegaron de vuelta, se había hecho algo tarde y niños, padres y Oriol debían regresar al pueblo. Luigi no quería despedirse de Oriol, porque en ese viaje que habían hecho juntos, el niño le había dicho que era su último día como niño, que esa noche se quedaría dormido para siempre, pero feliz de haber conocido a un dragón de verdad.
A la mañana siguiente, efectivamente, Oriol no despertó. Pero lo último que había dicho a sus padres antes de dormir para siempre, además de que los quería muchísimo y que habían sido los mejores padres del mundo, era que quería donar los ojos para que Luigi pudiera seguir viendo las Arribes. Y así fue.
Cuentan los niños del pueblo, que cuando el dragón, después de conocer a Oriol, les hablaba del mar, se lo describía como si lo estuviese viendo con sus propios ojos, o tal vez, con los ojos de aquel niño que quiso seguir viendo a través de Luigi.

Pau Glez

Este cuento está dedicado a toda la gente que en vida, o después de cerrar los ojos, decide seguir dando vida bien a través de su sangre o médula o bien a través de sus órganos o tejidos. Gracias a todos ellos y a sus familias, que en tan duro trance deciden que sus familiares sigan viviendo en otras personas.

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