Cuentan los ancianos del lugar, a
los que a la vez se lo contaron sus ancianos, y a ellos los suyos, hasta
remontarnos al principio de los tiempos, que cuando la tierra estaba en
plena formación, hubo un choque tremendo de dos placas, que hizo que
los mares inundaran tierras, y la tierra se replegara formando montañas.
Siglos después hubo una terrible temporada de lluvias, que empapó las
montañas y valles, y formó un caprichoso río. Ese río iba aprovechando
esa pequeña unión que quedó de aquel choque primitivo, y cuanto más
horadaba en la unión, más caprichoso se volvía, dándose la vuelta,
haciendo curvas y escarbando más y más. Como el río era agua, y el agua
es vida, un pequeño dragón que nadie sabe cómo llegó a ese río, se quedó
enamorado de esos antojos y esas paredes de piedra, tanto, que decidió
quedarse a vivir allí para siempre.
Cuentan los ancianos del lugar, a
los que a la vez, dicen que se lo contaron sus ancianos, y a estos los
suyos, que aquel dragón nunca envejecía, nunca enfermaba, y rara vez se
dejaba ver. Si acaso, alguna vez dejaba una pequeña escama plateada, que
parecía una flor, en esas paredes que enmarcaban a su río. Esa era la
única certeza que tenían los hombres de la existencia del dragón.
Hoy en día, cuando vamos navegando
en ese cañón, si tenemos mucha suerte, tal vez veamos allí esa escama, o
veamos al Dragón de las Arribes, si somos merecedores de ello, pero
hasta entonces, sigamos este cuento…"
Pau Glez
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